miércoles, 10 de abril de 2024

 Me sentaba a su lado al atardecer, contaba cómo cambiaba luego de beber una tercera copa, la q apretaba, me decía, era vino blanco no más, susurraba, blanco no dulce, el vino dulce es para los curas, para las monjas y los sin alma, yo no necesito esos engaños, yo sé que la amargura no se quita con nada, es la compañía más fiel, la que nunca deja de ir a tu lado, así que le ponía no más a la botella, hasta que quedaba casi seca, decía que había nacido con el alma vieja, opaca y arrugada; amarillenta, que leía a un escritor que aseguraba que todos los tiempos ocurrían al mismo tiempo, "no hay forma de decirlo de otro modo", me decía, mirándome más allá de mis pupilas, me miraba fijo, como viendo algo que no aprendí nunca a descifrar, no era mirada perdida, fijaba sus ojos en un punto más allá de lo que cualquiera podría ver. Callaba un rato y continuaba con su hilván de letras ...a veces siento que la vida se me vació, sin haber sido nunca otra cosa, que una persona adulta, todos los dolores, todos los placeres los viví sin darme cuenta, ni dormir plácidamente había podido alguna vez, aunque cerrara los ojos, las cosas seguían pasando y la vida, zamarreando y dando tirones, obligándome a estar pendiente; en las noches de infancia recorría los patios cercanos, las calles y casas dormidas, y el silencio que atajaban los perros ladrando, las sombras y bultos nocturnos, seguían latiendo, el silencio más vivo que siempre me sacudía a tirones, imaginaba que al oscurecer, sus habitantes visitaban otros mundos, todo era oscuridad y vacío, los patios un coro de gritos y latidos acalorados dentro de un silencio fatigante, espíritus de los muertos que soñaban estar vivos.

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